Azúcar y cerebro: ¿amigos o enemigos?

El cerebro está constituido por un aproximado de 20 billones de neuronas. Este órgano representa el 2% del peso corporal, y aunque es pequeño, demanda mucha energía para mantenerse, siendo capaz de consumir entre el 20 y 25% de la energía ingerida a diario en los alimentos. El azúcar o glucosa, es el alimento favorito de las células cerebrales y nos permite llevar a cabo muchas funciones críticas, como respirar, movernos, pensar o recordar. Esto nos puede llevar a creer que entre más glucosa consumamos mejor será para nuestro cerebro, sin embargo, no es así. El consumo excesivo de azúcar conduce a niveles elevados de glucosa en la sangre, es decir a “hiperglucemia” y como es bien sabido esto puede conducir al desarrollo de diabetes.

En México, la diabetes es una de las enfermedades más prevalentes entre la población, la cual se produce como consecuencia de una deficiente secreción o acción de la insulina, una hormona que ayuda a que la glucosa entre en las células y pueda ser utilizada como fuente de energía. Elevados niveles de glucosa en la sangre, ya sea por una dieta rica en azúcar, por alteraciones relacionadas a la insulina o por diabetes, generan efectos negativos en los diferentes órganos del cuerpo, incluido el cerebro.

Se ha descubierto que el exceso de glucosa causa daño al cerebro mediante diferentes mecanismos. Se sabe, por ejemplo, que niveles elevados de glucosa aumentan la secreción de citocinas proinflamatorias (proteínas que inflaman) en el hipocampo, una región cerebral relacionada con la memoria y el aprendizaje; afectando la función cognitiva y propiciando la pérdida de memoria. La glucosa elevada también, favorece el estrés oxidativo, que es el desequilibrio entre la generación de radicales libres y la acción de antioxidantes que los contrarresten, lo que incrementa el envejecimiento cerebral y el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como Parkinson o Alzheimer.

Una ingesta desmedida de azúcar también altera la comunidad de microorganismos que viven en el tracto digestivo (microbiota intestinal), los cuales ejercen un papel muy importante en la relación entre el intestino y el cerebro, afectando el metabolismo de los neurotransmisores. Inclusive, se cree que alteraciones en la microbiota intestinal podrían contribuir a desencadenar enfermedades que afectan al Sistema Nervioso Central como: esclerosis múltiple, trastornos del espectro autista y esquizofrenia.

Lo peor de todo, es que el rico sabor del azúcar genera adicción, desencadenando conductas como el deseo excesivo de consumo y la tolerancia, por eso cuando se quiere disminuir o dejar de consumir azúcar se experimentan signos de abstinencia como ansiedad y agresión; similares a los que se sienten al tratar de dejar cualquier otra droga.

Los azúcares simples, como los que se encuentran en los refrescos, chocolates y galletas, son rápidamente absorbidos y aumentan fácilmente nuestro nivel de glucosa en sangre. Por el contrario, los carbohidratos complejos, como los que se encuentran en frutas, verduras y cereales, nos ayudan a mantener en equilibrio los niveles de azúcar en sangre durante el día. Además, pueden ser beneficiosos para la salud mental, ya que conducen a la liberación de ácidos grasos de cadena corta, incluidos acetato, propionato y butirato. Estas moléculas han mostrado efectos antiinflamatorios que pueden beneficiar al cerebro a través de vías que involucran la señalización directa del Sistema Nervioso Central y a la microbiota intestinal.

¡Amigo y enemigo, el azúcar puede ser ambas! depende de nosotros consumirla en la medida justa, sin excesos, para que ayude al buen funcionamiento de nuestro cerebro sin causarle daño.

Ya que conocemos esta relación entre los niveles elevados de glucosa en sangre y el cerebro, en el Laboratorio de Farmacología Experimental del INECOL, estudiamos si medicamentos diseñados para el tratamiento de la diabetes puedan ayudar en el manejo farmacológico del Parkinson, la segunda enfermedad neurodegenerativa más importante a nivel mundial. Este proyecto con clave CF-2023-I-1595, se lleva a cabo gracias al apoyo obtenido en la convocatoria Ciencia de Frontera 2023 del CONAHCYT.

La Crónica